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Claudia Varela, columnista

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Hasta pronto Maren

Puede parecer extraño que alguien que hable de liderazgo, de empoderamiento, de persistencia y tenacidad quiera compartir esto en una columna de opinión.

Claudia Varela
21 de abril de 2024

En medio de días difíciles llenos de incertidumbre, redes sociales lanzando odio y una aparente imposibilidad de ponernos de acuerdo como sociedad quiero compartir hoy mis palabras de despedida a Maren, nuestra hermosa perrita Golden Retriever que se fue esta semana al cielo de perros, o al mejor paraíso de la galaxia donde seguramente está muy feliz.

Puede parecer extraño que alguien que hable de liderazgo, de empoderamiento, de persistencia y tenacidad quiera compartir esto en una columna de opinión. Estoy segura de que muchos se identificaran conmigo y otros dejaran de leer al ver que era “solo un perro”. Sin embargo, para mí, una parte muy importante del liderazgo es ser consistente con tus acciones, con tu espíritu, con tu forma de ver la vida y Maren fue parte activa y hermosa de la mía durante 11 años… Aquí vamos.

Querida Maren, sabes que viniste a este mundo con un propósito claro. Los humanos nos demoramos demasiado tratando de entender el nuestro y muchas veces ni siquiera lo encontramos. Tú lo tenías claro desde que empezaste a saltar en tu corral, eras la última de la camada, nadie quería tener un perrito tan inquieto. Sabías que debías conocer a tus niños y que los míos, eran los nuestros.

Solo tengo palabras de agradecimiento y sensación infinita de vacío ante tu partida. Extraño tu locura permanente, la actitud de cachorro hasta el último día, tu glotonería imparable y esa pasión permanente por las pelotas.

Tu misión era cuidarnos, era saber que estábamos bien y lo hiciste hasta el final. Aprendí de ti más cosas que de muchos humanos. Aprendí a ser paciente, a dar amor en todos los momentos, a querer a otros, incluso por encima de mis propios dolores, a ser paz y a la vez a ser acción. Contigo descubrí el mejor concepto de empatía; ante la tristeza solamente verte traer un peluche y acostarte al lado a acompañarme. Sin consejos no pedidos, ni juicios, ni opiniones de sobra.

Gracias Maren, porque en las mañanas, cuando estaba cansada y a veces no muy bien de salud, me presionabas con tu colita y tus saltitos a que me parara a entrenar contigo. Tú venías a cuidar, a unir, a divertir, a ser un apoyo sicológico para quien lo necesito en el camino. Por eso todos te amamos por igual, porque ofrecías a todos el mismo amor.

Contigo descubrí también el poder de la perseverancia. A pesar de tus días difíciles, de que a veces cuando eras joven no sabíamos como entretenerte, jamás te cansabas de pedir atención, de morder tu pelota y de correr tras ella.

Aprendí a tu lado a dormir tranquila, a tener un espíritu de cachorro eterno y a entender cuando la vida se va apagando. Decidiste enfermarte cuando terminaste de cumplir la misión de que tus niños crecieran. Qué grande fuiste Maren. Gracias, por tanto. Por estos 11 años de amor donde definitivamente tuviste más pureza en tu corazón que muchos humanos que pueden pensar que solo fuiste un “perro”.

Ya extraño tu hocico en la cara despertándome, tu hora de pedir la cena con la intensidad de quien busca un resultado a como de lugar, tu patita pidiendo mimos imparables, tu afán por correr detrás de la pelota, tu indecisión si tomar agua o dejar tu juguete al lado de la taza y definitivamente tu amor incondicional así fueran malos o buenos días para ti. Según tu forma de ver las cosas, todos los días que viviste siempre fueron buenos.

Me queda la felicidad de que estás en un sitio que te mereces, el cielo tiene que recibir a seres como tú, definitivamente. Y estoy segura, mi perro amarillo, que nos volveremos a encontrar y ese será el mejor abrazo que puedas imaginarte. Vuela alto mi Maren, ahora eres un ángel con alas. Quizás podrás alcanzar más rápido tu pelota.

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